Hacia la mitad del siglo XIX, en un mes de julio, cundo la noticia de que la piqueta demolería el austero edificio del convento de San Pedro de Alcántara, una de las más auténticas joyas arquitectónicas que nos legara la Colonia.
Este convento se comunicaba con el templo de San Diego y se extendía hasta el célebre pasaje de Los Arcos, trecho en el que estuvo situada la Plaza de San Pedro de Alcántara; los Arcos eran los portales de dicha plaza.
Hubo indignación entre los fieles, que juzgaron que era un sacrilegio y que, quienes habían ordenado su destrucción como los que materialmente la realizaban, habrían de condenarse, y hasta se temía que ocurriera un accidente como castigo de tamaña profanación.
Un tal Don Encarnación Serrano, ex-jefe político de la Administración Pública, habría adquirido el sagrado recinto en suma irrisoria, para levantar en su lugar el tristemente célebre hotel "Emporio".
Por todo esto la voz popular maldijo y condenó al dueño lo mismo que al nuevo y malhadado edificio.
Y quien habría de decirlo: la maldición se cumplió. Pocos días después de iniciada la innoble tarea, la cúpula del convento inesperadamente se vino abajo, sepultando en sus escombros a seis infelices albañiles que, al fin y al cabo, solo cumplían con su trabajo.
Las vidas de aquellos inocentes exacerbaron aun más los ánimos del pueblo que veian en ello un castigo divino.
Pero esto no se detuvo allí, pues otras y peores desgracias siguieron a la primera.
El maleficio se extendía hasta los propios huéspedes, que enfermaban y morían, víctimas de males inexplicables.
Tanto así, que el propietario del hotel se vio obligado a venderlo, consumándose la misma suerte de la demolición por la piqueta.
En estas condiciones el terreno quedo abandonado hasta que el Gobernante a la sazón, el General don Florencio Antillón, dispuso la construcción del soberbio Teatro Juárez, alla por l872, bajo la dirección técnica del arquitecto Don Juan Noriega.
Pero, aquí viene la leyenda a la que vamos a referirnos suscintamente: dos monjes del convento hicieron suya la causa del inopinado despojo, y por el costado derecho del Teatro sus figuras esqueléticas se aparecen a los que por algún motivo aciertan a pasar por ese sitio.
Mas aun, después de inaugurada la llamada calle subterránea, oficialmente del Padre Hidalgo, las dos sombras de los religiosos, con el inconfudible aspecto que les da el hábito largo hasta el suelo y el capucho cubriéndoles casi por completo el rostro, en las noches, posiblemente como un gesto de protesta o quizás con la idea de seguir cuidadando su monasterio, son vistos entre las dos y tres de la madrugada.
Los gendarmes que vigilan la calle, y algunos trasnochadores, aseguran que las dos sombras se filtran por el muro del Teatro, descienden a esa especie de celda que se halla como formando parte del Templo, baja a la calle y camina por el pavimento hasta perderse por la parte posterior del Hotel San Diego, siempre musitando una oración...
Un saludo y disculpen las tildes que faltan.